Sumario

La Visión de ...

Javier Sierra Andrés

Consejero de Agricultura de España
ante la ONU y la OMC en Ginebra

Cuatro factores disruptivos mundiales claves para el comercio de materias primas
La guerra de Ucrania y los estreses previos
Una autonomía estratégica basada en la defensa del Estado de derecho y los derechos humanos

Fotografías: Universidad Complutense, Pixabay

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En apenas un lustro el mundo ha vivido cuatro grandes eventos de naturaleza geopolítica y biológica que han supuesto fuertes crisis globales y disrupciones en las cadenas agroalimentarias mundiales: la presidencia de Donad Trump, el último brote de peste porcina africana, la pandemia por covid y la invasión rusa de Ucrania.

En primer lugar está el mandato del presidente Donald Trump en Estados Unidos, que comenzó en 2017. Supuso una disrupción en el contexto político internacional y en la práctica conllevó la salida de su país del sistema multilateral de gobernanza –por ejemplo, el Acuerdo de París sobre cambio climático– y la implementación del lema “America first” en sus políticas. Inició además una guerra comercial con su mayor rival, China, imponiendo sanciones a las grandes empresas tecnológicas del país asiático. China, por su parte, imponía sanciones comerciales a los productos agroalimentarios estadounidenses.

El segundo factor de disrupciones fue el surgimiento en 2018 de la peste porcina africana (PPA) en China, el primer importador de alimentos mundiales. Esta situación generó impactos en los mercados de materias primas agrarias y en las producciones mundiales de porcino y exportaciones de carne de cerdo. Nuestro país fue el principal beneficiario de esta situación, y países como Alemania o Polonia no pudieron beneficiarse de esta coyuntura por tener también casos de PPA en sus territorios. España se convirtió en el primer proveedor de carne de porcino a China. Desgraciadamente, la evolución de la PPA hacia el occidente europeo va a seguir condicionando los mercados mundiales.

El tercer factor fue el surgimiento de la pandemia por la covid. Más allá de los millones de muertes producidas, generó shocks de oferta y demanda y fuertes disrupciones en las cadenas logísticas. Afortunadamente, en nuestro país la resiliencia de la cadena alimentaria impidió alteraciones importantes y el suministro de alimentos a nuestra población estuvo permanentemente garantizado.

Finalmente, nos hemos encontrado en febrero de este año con la agresión militar rusa a Ucrania. La guerra tiene un impacto sistémico en los mercados mundiales más allá de la tragedia humana que representa. Más de mil millones de personas que viven en los países más vulnerables se ven afectados por la espiral de precios de la energía, petróleo, cereales y fertilizantes. La guerra surge en uno de los momentos más críticos para la economía mundial. A nivel alimentario veníamos de una coyuntura de precios al alza y de unas disrupciones logísticas sin parangón, y ese fue el momento elegido por Vladímir Putin para comenzar la guerra.

Quiero insistir en que estos cuatro grandes factores incidieron sobre unos mercados alimentarios que estaban ya sometidos a estreses permanentes: el crecimiento de la demanda mundial de alimentos, derivado del crecimiento demográfico, y el calentamiento global consecuencia del cambio climático. De hecho, el índice de precios de los alimentos de la FAO tenía una tendencia creciente antes de la guerra.

También antes del inicio de esta contienda, la UE llevaba tiempo evaluando la necesidad de reforzar el posicionamiento estratégico europeo ante un mundo que no solo basculaba hacia Asia desde hace años, sino que además se estaba posicionando en torno al conflicto mundial entre EEUU y China de una manera muy maniquea. La visión de autonomía estratégica de la UE trata de proyectar de forma independiente la influencia europea en el escenario mundial.

Europa tiene una serie de riesgos de naturaleza geopolítica que son muy claros y que obedecen a factores geográficos, como la alta dependencia externa de energía y de materias primas para el desarrollo de nuevas tecnologías; y riesgos que también obedecen al alto grado de apertura comercial de la UE. En este entorno de alta incertidumbre y riesgo, la UE tiene que proyectar su autonomía estratégica sobre la base de nuestros valores: la defensa del Estado de derecho y los derechos humanos, el compromiso por la sostenibilidad y la apuesta por el multilateralismo. En este sentido, ha adoptado el compromiso político de ser climáticamente neutra para 2050 y ha definido su hoja de ruta para el 2030: el llamado Green Deal o Pacto Verde. La implementación del mismo para el sector agroalimentario es la Estrategia de la granja a la mesa.

Aproximadamente un tercio de los alimentos globales pasan las fronteras de al menos dos países. El debate entre globalización y soberanía alimentaria es un debate simplista. El mundo necesita contar con una oferta alimentaria repartida entre los dos hemisferios, basada en países y operadores confiables y seguros. La actual crisis de precios altos en energía, fertilizantes y cereales, junto a los eventos climáticos cada vez más extremos y las plagas, han generado que este año el número de población hambrienta haya aumentado en un número igual al de la población española.